
Érase una vez un viejo juguetero que fabricaba soldaditos de plomo. Las nuevas leyes ecologistas y el INC (Instituto Nacional de Comercio) le habían sobrevenido, y como la pintura era contaminante, y el plomo no digamos, el anciano se encontraba en la miseria.
En su pequeño taller de fabricar soldaditos de plomo, sólo había telarañas, que cubrían algunos modelos de viejos moldes de lo que en otros tiempos, si no riqueza, al menos, le suministraron el afecto de los niños a los que sus padres les compraban alguna figurita que otra, y la pequeña inyección económica de fabricar para algún coleccionista.
Dada su precaria situación, se encontraba casi sin poder comer; y desesperado, le escribió una carta a la Ministra correspondiente, explicándole su angustiosa situación ante las leyes que le coartaban el seguir trabajando en la única profesión que él conocía.
Inesperadamente, recibió una llamada personal de la secretaria de la Ministra: -Haz en vez de soldaditos, soldaditas; ponte al día. Nuestro glorioso ejército tiene mujeres en sus filas, y si bien seguirás sin poder comercializar tus productos para los niños, la señora Ministra se compromete a enviar un juego a cada cuartel y regalarle otro en Navidad a nuestras valientes soldadas.
El artesano se puso a trabajar y ensayó varios moldes hasta conseguir el definitivo, pero en el camino quedaron pruebas: sin piernas, sin el pelo femenino, o sin un poco de pecho en la guerrera, incluso le salió una con gran barriga que parecía embarazada. Estas pruebas erradas las colocó en una estantería que tenía cerca de la ventana.
Una tarde en que llovía fuertemente, el viento agitó la ventana y golpeó la figurita embarazada, que cayó a la calle.
Afuera, unos niños jugaban bajo la lluvia. -¡Hagámosle un barquito de papel!- gritó uno de los chicos; en efecto la colocaron en el barco y empezó a navegar por el borde de la acera; de repente cayó por una alcantarilla y siguió su curso hasta un canal donde el papel se deshizo completamente. Y cuando al final se hundía, un gran pez se la comió; el pez salió al mar abierto, donde unos pescadores la atraparon en sus redes.
El cocinero de la señora Ministra fue al mercado a comprar pescado fresco, y conociendo los gustos gastronómicos de su jefa se decidió por el más grande.
– Qué buen pescado – exclamó la Ministra y al cortar con el cuchillo murmuró : -Aquí hay algo duro.

Con gran sorpresa, sacó la soldadita y su cara se iluminó de alegría y emoción. -Qué casualidad, esta figurita está embarazada como yo, seguro que es un buen presagio- y entonces comprendió que sólo podía haber fabricado aquel juguete el viejo artesano que le había enviado la carta.
Pensando en la remodelación que deseaba hacer en el Ejército, para que dejase de ser un reducto machista y antifeminista, y también para gobernar una sociedad con paridad de sexo, y reconvertida en lo política- y socialmente correcta; dio orden de que se enviase con la mayor celeridad un juego de soldaditas de plomo a cada acuartelamiento de los tres ejércitos – tierra, mar y aire – empezando con nuestras fuerzas militares, “oenegés” desplazadas en “misión de paz” en Afganistán, Líbano, Océano Índico, etc.
Esta partida de gastos iría subvencionada por el Instituto de la Mujer.
El anciano recibiría en su jubilación una jugosa pensión, incorporándolo a algún ERE de cualquier empresa pública. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Todos comieron perdices y fueron felices , y con los huesos, nos dieron en las narices.