Ilustración: Leónidas Gómez Álvarez
Ilustración: Leónidas Gómez Álvarez

Érase una vez un bonito pueblo donde había una casa blanca y reluciente. En ella, vivía una ratita que era muy, muy presumida. Todos los días barría la puerta de su casa y cantaba:

Tran, lara, larita, barro mi casita,

Y todos los días, las misma cosita,

Tran, lara, larita, barro mi casita.

(Hay que subrayar que el ambiente sexista y machista de la época del cuento, dejaba para el género femenino, las funciones domésticas, como barrer, etc. Esto no implica que la ratita además de muy linda, fuese muy limpia y hacendosa.)

Un día que estaba barriendo, de repente vio que la escoba recogía un objeto que brillaba; lo cogió, y vió que era una moneda de oro.

¿Qué me compraré? ¿Qué me compraré?

— Ya lo tengo; me compraré caramelos y dulces. No, no, que entraría en una dinámica de dieta hipercalórica, insana a todas luces, y con problemas para el inicio de una obesidad indeseable para mi figurita. Además, que producirían caries en mis imprescindibles dientecitos, que como todo roedor, tengo que cuidar. Mejor será, ver primero qué me dan por la moneda de oro.

La ratita recordaba que en el buzón de correos había visto un folleto publicitario y fue a leerlo:

“Gold Buyer; Compro Oro;

Dinero en efectivo al instante por su oro.

Compramos su papeleta de empeño.

Nuestros consultores le tasarán sus piezas al momento”

Así que se presentó en la tienda, y cuál sería su desilusión cuando el viejo usurero que le tasaba la moneda le contestó:

— Pero niña, esto es más falso que un billete de 15 euros.

Resignada, volvió a su casita y a sus tareas. Otro día que barría y cantaba:

Tran, lara, larita, barro mi casita,

Y todos los días la misma cosita,

Tran, lara, larita, barro mi casita,

se encontró un boleto de la Primitiva que alguien que pasaba por su puerta habría perdido o tirado.

Para no desilusionarse como la vez anterior, no quiso ir al lotero y teniendo en su casita ordenador y línea ADSL para conectarse a Internet, buscó en Google: “Loterías del Estado: sorteos anteriores”, y la ratita comprobó que tenía un premio muy importante.

Con la cuenta corriente bien rellena, y la tarjeta Visa con pago al contado ilimitado, se metió en El Corte Inglés, y no dejó planta donde le diera un buen meneo a su tarjeta. Además, en la peluquería, se lavó, se puso mechas de tres colores y después se puso uñas de porcelana, se dio un masaje en las patitas, etc. Pero de lo que estaba más orgullosa, era de un bonito lazo de seda roja que se compró para su colita.

Al día siguiente, la ratita, perfectamente arreglada, se sentó a la puerta de su casa. Al poco rato pasó un perro que, al ver tan elegante a la ratita, le dijo:

— Ratita, ratita, pero ¡qué rebonita estás! ¿Te quieres casar conmigo?

— Y por la noche, ¿qué harás?

— Guau, guau, guau – dijo el perro.

— No, no, que me asustarás.

Y el perro se marchó ladrando de rabia.

Lo mismo hizo un pato que acertó a pasar por la casita.

–¿Quieres casarte conmigo?

— Quizás si, quizás no; antes quiero oír tu voz.

— Cuá , cuá, cuá – respondió el pato.

— Perdona, querido, no quiero ofenderte, pero esa voz es bastante ridícula.

Luego pasó un cerdo, y le hizo la misma propuesta. Y la ratita le pregunto: – y ¿qué harás por las noches?

— Grun, grun, grun.

— ¡Oh, no, no, tus gruñidos son tan fieros! Además he leído en Wikipedia que los cerdos son omnívoros y no está una para jugársela.

Llegó rebuznando un asno, y al oír su voz tan ronca la ratita presumida le dijo que no, tajantemente.

Llegó un gallo y le dijo – Ratita, tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo? – Y la ratita le dijo ¿y qué harás por las noches?

–Kikirikí, kikirikí, kikirikí.

– No, por Dios, – contestó la ratita. – ¡Qué sonido más monótono! y además siempre pensaría que es la hora de levantarse. Y no pegaría ojo en toda la noche.

Un gato bien plantado, que empezó ronroneándola y poniendo ojitos tiernos, le hizo la misma pregunta. La ratita muy coqueta le dijo: – y ¿qué me harás por las noches? – El gato contestó: — Una dulce serenata con mi miau, miau, miau.

— Tu propuesta es tentadora, – respondió la ratita – pero es sabido que los felinos, además de hacer dieta mediterránea y gustarles el pescado en especial las sardinas, no desprecian el delicado manjar que somos los ratoncitos. Así que lo siento, pero contigo no me he de casar.

En esto, pasó por la puerta un atildado y guapo ratoncito (conocedor, como todos los pretendientes, de la fortuna de la ratita) y le dijo: – Ratita, ratita, pero ¡qué rebonita estás! ¿Te quieres casar conmigo?

La ratita, bastante impresionada por la planta y aseada figura del ratoncito, le hizo la pregunta de rigor:

— ¿Y qué me harás por las noches?

– Bueno, – contestó el ratoncito, – Yo soy un ratón muy, muy limpio y antes de irme a la cama me paso por el cuarto de baño; primero me doy una ducha con gel dermatológico para pieles sensibles de algas marinas, que estimulan y purifican la piel. Me lavo el pelo, con un champú protector del color y filtro UV, me lo aclaro con un acondicionador de manzanilla con derivados de aceite de hueso de albaricoque y aceite de jojoba. Me lavo los dientes – muy delicados en nuestra especie de roedores – con un dentífrico blanqueador a base de fluoruro sódico.

— En el cuerpo me doy una crema hidratante con aloe vera que suaviza, nutre y regenera; y finalmente me doy un tratamiento revitalizador para rostro y cuello que combate todos los síntomas del envejecimiento; y acabado todo esto me pongo mi pijama de seda y me meto en la cama.

La ratita, algo mosqueada, le vuelve a preguntar: – Y ¿qué harás en la cama toda la noche?

— Dormir y callar, dormir y callar – contestó el ratón.

— Pues, vete a la mierda, so mariconazo, – respondió irritada la ratita presumida.

¡Yo prefiero hacerme lesbiana, antes que meter un ratón marica en mi cama!.

 

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